Si hay algo que daña al arte, es la nostalgia. La nostalgia es uno de los grandes males de la literatura paraguaya porque impide generar una literatura innovadora porque no se renueva y prefiere mirar hacia el pasado, pretendiendo construir ese pasado como futuro. Ya dije en una anterior oportunidad que los nostálgicos se constituyeron en un grupo egoísta y castrador al que me gustó darle el nombre de neptunianos, inspirado en las opiniones similares de un amigo poeta. Si hay una novela que encarna esa nostalgia recalcitrante y enfermiza es la novela Narciso de Guido Rodríguez Alcalá, galardonada hace poco con el premio de novela Roque Gaona. Enmarcada en el género histórico, como nos tiene acostumbrados Alcalá, la novela toca un aspecto de la presidencia de (cuándo no) el general Alfredo Stroessner. El hombre mito que es el tema de deleite de todos los escritores neptunianos, tanto que hasta hay algunos (que son particularmente predilectos del teatro al aire libre sobre justamente Stroessner) que solo conciben la literatura solo si versa sobre el fallecido dictador, una especie de fetiche literario.  La única escritora que consiguió elaborar un discurso ficcional innovador y renovador de la temática de la dictadura fue Renee Ferrer con su Querida. Ese es el muro que deben superar los neptunianos. Pero no les interesa porque prefieren mirar el pasado.

Narciso no tiene nada de novedoso,  con mucha generosidad podríamos decir que tiene algo de literario. Es una suerte de relato periodístico que nada tiene de literario con una prosa demasiado lenta y 13 capítulos que resultan innecesarios para tan pobre acción. Un narrador omnisciente cuyo lenguaje no se define entre el culto o el coloquial, es decir que no hay una diferencia clara, además de las comillas que marcan las palabras dichas por los personajes, que determine la diferencia entre narrador omnisciente y personajes.

La obra se enmarca dentro del asesinato real del locutor Bernardo Aranda, tema que ya fue tratado en el libro de investigación 108 y un quemado de Armando Almada Roche del 2012, lo cual resta originalidad a la obra. Los primeros 10 capítulos se desarrollan como ya mencioné en una prosa sumamente larga pesada y aburrida. Ese aburrimiento se ve roto recién en el capítulo 11 donde se mencionan los pormenores del asesinato a Aranda.  El tono que asume el narrador no es para nada innovador, es una copia de las novelas paraguayas de 1950, sin ningún atisbo de renovación y que en lugar de elaborar un discurso literario con un lenguaje renovado y con proyecciones innovadoras, se limita a relatar su novela en una suerte de crónica, tal y como se la pudiera encontrar en un diario un domingo por la mañana.

Desconozco los méritos que haya tenido esta novela para ganar un premio literario porque no encuentro en ella absolutamente nada nuevo, nada que no haya aparecido ya hace más de 50 años de mano de las plumas paraguayas. ¿Este es el camino de la literatura paraguaya moderna? ¿Narciso nos va a marcar el norte de ahora en más? Quiero creer que hay otros caminos alternativos a tener que caer en el abismo de la literatura nostálgica.

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